Cómo vivió la familia de Julián Álvarez sus dos goles contra el Real Madrid
Agustín Creevy estuvo presente en el palco de la familia de La Araña y mostró cómo reaccionaron al derbi madrileño
Desde un palco del Cívitas Metropolitano, un celular en mano y la verborragia de un hincha argentino, Agustín Creevy ofició de cronista improvisado en la tarde en la que Julián Álvarez convirtió dos goles en el triunfo del Atlético de Madrid sobre el Real Madrid. A su alrededor, la familia del delantero de Calchín vivió la montaña rusa de emociones que transforma al fútbol en una verdadera religión.
“Bueno, hoy vamos a ver al Atlético de Madrid contra el Real Madrid. La hinchada es impresionante”, arranca el rugbier mirando a cámara, rodeado de los hermanos de la Araña y otros familiares. Ya antes del inicio, Creevy le pone nombre a los protagonistas de su relato: “Microfoneamos a Turrón, Punchi… el más grande, con Agus. Así que si se escuchan puteadas, es Turrón”. La risa nerviosa de todos anticipaba lo que estaba por venir. El estadio hervía y hasta hubo tiempo para la primera ocurrencia: “Me impresionó lo grandote que es Mbappé, boludo. Me lo imaginaba una ratita chiquita”.
El primer gol del Atleti desató la primera explosión. Saltos, abrazos, gritos desaforados. Creevy, incrédulo, pregunta: “¿El gol lo filmaste o no? ¿O no se grabó? Justo, ¿lo prendiste dos minutos antes?” Nadie podía detenerse a revisar la cámara: el palco estaba en trance.
Pero lo mejor estaba por llegar. Cuando el árbitro marcó penal a favor del Atlético, el silencio se volvió tensión pura. La cuñada de Julián, embarazada, eligió mirar para otro lado y se refugió adentro del palco. Afuera, la familia se encomendaba a la Araña. Gol. “¡Vamos, vamos, la c… de su madre!”, se escucha entre abrazos. Creevy enfoca los rostros desencajados, las manos en alto, la alegría multiplicada por el orgullo de ver al hermano, al cuñado, al hijo, al ídolo de Calchín dándole vida al clásico.
En medio de la euforia, Creevy encara a la cuñada y se da un momento de ternura desprolija: “Estamos con mi influencer preferida, mi amiga”. Ella le retruca: “Bueno, no sé si soy la preferida, porque hay otras, me parece”. Entre risas, muestra la panza y confiesa: “Bien, acá tengo… explotada”. La fecha probable de parto, el primero de enero, da pie a otra humorada: “No me vas a clavar el primero de enero. Se caga la fiesta”, bromea Creevy.
El segundo gol de Julián volvió a detonar la locura. Los hermanos se fundieron en un abrazo con el rugbier, saltando como chicos en la tribuna de su pueblo. El calor de Calchín parecía haber viajado hasta Madrid. El 4-2 ya era historia grande para contar en la sobremesa de cada asado familiar.
El quinto gol del Atlético, el que selló el 5-2 definitivo, fue el broche de oro para una jornada que la familia guardará para siempre. “Bueno, me rompen las pelotas”, suelta Creevy, todavía grabando, mientras un familiar mayor analiza con seriedad de experto la definición del penal: “La puso a media altura, porque el arquero que se le espera… al ángulo. En cambio, al arquero donde le cuesta, a media altura ahí”. El rugbier no pierde la oportunidad de chicanear: “¿Vos decís que no tuvo nada que ver lo que yo le dije, cómo pegarle?”. “¡No, sí, mucho! Le metió así”, le siguen el juego.
La escena final resume todo: Creevy abrazado a los hermanos de Julián, entre risas, insultos y lágrimas contenidas. “Ya está. Punchi, vení. Mañana hay asado y mañana les toca a ellos. Dos son iguales a Julián y yo soy el cuarto, igualito”.