El viernes, en una sala neoyorquina cargada de tensión, el juez federal Arun Subramanian dictó una sentencia que marca un antes y un después en la vida de Sean “Diddy” Combs: 50 meses de prisión —poco más de cuatro años— por dos cargos de transporte con fines de prostitución. Para un hombre que levantó un imperio de lujo, poder y excesos sobre los cimientos del hip hop, la condena representa una caída pública pocas veces vista en la industria musical. Y, sin embargo, hay quienes sostienen que la justicia estadounidense, considerada una de las más duras del mundo, fue benévola con él.

La decisión del juez fue tajante: “Se debe imponer una sentencia sustancial para enviar un mensaje tanto a los abusadores como a las víctimas”, dijo, consciente de que el caso de Diddy no solo pone en cuestión a un artista, sino a toda una cultura de poder, dinero y silencio que lo rodeó durante décadas.

Combs, de 55 años, fue hallado culpable en julio por transportar mujeres para ejercer la prostitución. Sin embargo, logró ser absuelto de las acusaciones más graves de tráfico sexual y crimen organizado, que podrían haberle costado una cadena perpetua. La diferencia entre esos veredictos es lo que lo mantiene con la posibilidad de una vida después de la cárcel.

Pero, como señalan los fiscales, sus “considerables recursos económicos” fueron también el arma que le permitió sostener un estilo de vida en el que, según los testimonios, mujeres eran presionadas a participar en encuentros sexuales conocidos como los infames “Freak Offs". Fue ese poder, más que las pruebas, lo que lo mantuvo blindado hasta que los tribunales empezaron a escuchar a las víctimas.

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La clave del proceso fue Cassie Ventura, exnovia del magnate y testigo estrella de la fiscalía. Durante cuatro días, Ventura relató una relación de once años (2007-2018) que comenzó con promesas de estrellato y terminó convertida en un ciclo de terror. “Me sentía atrapada”, confesó, evocando los primeros meses, cuando a los 19 firmó con Bad Boy Records y Combs —entonces de 37— la coronó como su “reina”, mientras en privado la sometía a golpizas, violaciones y amenazas con difundir videos sexuales para arruinar su carrera.

Una de las escenas más escalofriantes narradas en el juicio ocurrió en 2013, durante un vuelo comercial: Combs abrió su laptop y le mostró grabaciones íntimas, susurrándole: “Esto podría arruinarte”. Aterrorizada, Ventura organizó un “freak-off” inmediato para aplacarlo, convencida de que su familia y su futuro estaban en riesgo.

Diddy Combs y Cassie Ventura
Diddy Combs y Cassie Ventura

No fue la única. Otras mujeres, identificadas como “Jane” y “Mia”, corroboraron el patrón. Jane, también expareja, declaró haber sido obligada a encuentros que Combs dirigía “como un director de cine porno”. Mia, exasistente personal, habló de tres asaltos sexuales, incluyendo una violación en una habitación de invitados que la dejó “aterrorizada y confundida”. La fiscalía demostró que estas mujeres fueron trasladadas en jets privados a Miami, Ibiza y Turks & Caicos, cumpliendo con los elementos de la Ley Mann sobre transporte para prostitución.

El término “freak-off” se convirtió en eje del juicio: orgías ritualizadas, organizadas meticulosamente por Combs, descritas con detalle por escorts, asistentes y víctimas. Habitaciones de hotel cubiertas con sábanas para facilitar la limpieza, cuencos de lubricante, drogas como éxtasis, GHB o ketamina distribuidas por su propio equipo de seguridad para mantener a las mujeres “obedientes”. El escort Daniel Phillip relató cómo Combs lanzó una botella contra Cassie y la arrastró del pelo, obligándola a pedir perdón mientras él la golpeaba.

Incluso testigos colaterales, como Dawn Richard (ex Danity Kane), declararon haber visto agresiones físicas contra Ventura en cenas con otros artistas, y la propia madre de Cassie admitió haber pagado 20.000 dólares en 2011 para frenar la difusión de cintas sexuales. La violencia, quedó claro, era parte estructural de esas noches.

La defensa intentó mostrar otra versión: que todo había sido consensuado, que Ventura mandaba mensajes proponiendo “freak-offs” y que el caso no era más que “amor, celos y dinero”. Pero el jurado no lo creyó. Tras tres días de deliberaciones, lo hallaron culpable de transporte con fines de prostitución. Las imágenes de seguridad, las armas y drogas incautadas en sus residencias y la coherencia de los testimonios terminaron de cerrar el cerco.

En vísperas de la sentencia, Combs envió una carta al juez pidiendo clemencia: “He cometido muchos errores en mi vida, pero ya no huyo de ellos. Apelo a su bondad para que mi hijo pueda volver a cenar conmigo”. En la audiencia, conmovido, pidió perdón a las víctimas. “Estoy verdaderamente arrepentido… Perdí el rumbo”, admitió.

Pero el juez Subramanian fue inflexible: “Esto no fue consensual; fue depredador”. La sentencia no solo le quitó la libertad, también destruyó el mito del magnate intocable.