Quizás uno de los más mentados clichés y aburridos refranes dice: “En casa de herrero, cuchillo de palo”. Nunca entendí bien lo que quiere decir. En realidad, no me parece nada apasionante lo que quiere decir. Refiere a que uno está siempre lejos de la especialidad, el métier, el trabajo de todos los días, y por otro lado, busca sorprenderse y expandir su mente con esos nuevos horizontes que nada tienen que ver con el quehacer cotidiano.

Jamás, tendré una cámara de cine, jamás me compré una cámara. Una cámara para filmar, una cámara para grabar, jamás. Pocas cosas me parecen menos eróticas que una cámara fuera de contexto. Quiero decir, cuando voy a hacer una película, cuando me toca hacer un clip o un comercial, todo el ajuar de la cámara y todo el aparato alrededor me parece fascinante. La cámara en ese momento me parece algo increíble. Ahora, nunca soñé con llevarme una cámara a mi casa, nunca soñé con tenerla.

Ahora, si uno me dice que tiene la cámara de rodaje de Volver al futuro, la cámara con la que hicieron Los cazadores del arca perdida o una de las Dykstraflex de John Dykstra en Star Wars, bueno, ahí el fetiche y el coleccionismo me gana y sí me interesa, pero no por cámara sino por el contexto en el que fue utilizada.

Dicho esto, la mayor parte del tiempo que trato de informarme o sumar algo de conocimiento acerca de un área de interés, casi siempre esa área no tiene nada que ver con el mundo del cine, nada que ver con el mundo del guión, nada que ver con la actuación, nada que ver con los medios. Lo que me apasiona son las historias de la aviación en la Segunda Guerra Mundial, las campañas de los mongoles, la historia de Napoleón, las revistas de Nam, completar la colección de Fantaciencia y leer sobre otro tipo de cuestiones.

Sin embargo, también hay algo que me vuelve loco, que tiene que ver seguramente con la pasión que me despierta la música y el músico frustrado que vive en mí. Apenas me aproximo a sacarle algún sonido a un bajo eléctrico que tengo enchufado en mi casa todo el tiempo, pero eso sí, veo permanentemente programas y canales de YouTube sobre equipos valvulares, pedales y lutería. Comparan un SX con un Fender Jazz Bass, muestran afinaciones, tips. Hasta llegué a conseguir un banjo que pienso estrenar en algún show en breve.

¿Por qué me vuelven locos los equipos valvulares? ¿Por qué me atrapa un programa como Doble Bobina, donde Cube y Pepo San Martín analizan solos de guitarristas famosos, progresiones de acordes y hasta cómo arma la pedalera Ricardo Mollo?

No puedo definirlo. Me pasa lo mismo con los vehículos. No manejo, pero tengo un auto tatuado en el brazo, soy fanático de la Fórmula 1, me gusta ir a museos automovilísticos y de aviación. Me interesa ver cómo funciona un tanque, y muchas veces cuando sueño, siempre estoy lejos de la profesión cotidiana, la que para otros puede ser un mundo de aventuras totales y que para mí es simplemente el mundo del cine.

Pero eso sí, si este año puedo, ya tengo un bajo Rickenbacker en la mira que me gustaría tener cerca, aunque más no sea para seguir practicando rudimentos y continuar ese camino de fascinaciones que parecen inconducentes, pero que esconden un universo completo.