Y fue así que, en medio de la jungla de Buenos Aires, volvió a sonar “November Rain”. Una lluvia que no moja pero emociona, un himno que sobrevive al paso del tiempo y que, por una noche, volvió a unir a varias generaciones bajo el mismo grito eléctrico: “You’re not the only one…”

Con la emoción de volver a escuchar a Axl Rose, miles de personas —de 20, de 40, de 60 años— se reunieron el viernes 17 de octubre en el Estadio de Huracán, para comprobar que los Guns N’ Roses no solo siguen vivos, sino que su fuego arde más fuerte que nunca.

Guns N’ Roses volvió a Buenos Aires. CRÉDITO: DF
Guns N’ Roses volvió a Buenos Aires. CRÉDITO: DF

Axl, Slash y Duff McKagan —socios fundadores de una historia que desafió al olvido— regresaron con la potencia intacta. A su lado, Richard Fortus en guitarra rítmica, Dizzy Reed y Melissa Reese en teclados, e Isaac Carpenter en batería, completaron una formación que suena con precisión quirúrgica, pero conserva la furia de los viejos tiempos.

A las 21 en punto, el rugido de “Welcome to the Jungle” abrió el ritual. Desde entonces, el Palacio Tomás A. Ducó se transformó en una cápsula del tiempo: 27 canciones que viajaron de los ochenta al presente sin perder brillo, como si cada acorde reafirmara que el rock no es un género: es una fe.

Atrás quedaron las dudas sobre la voz de Axl, los rumores de egos imposibles, las leyendas de una química rota. En Buenos Aires, los Guns sonaron con la solidez de una banda que volvió a creer en sí misma.

Axl, con anteojos negros, remera y pantalón oscuro, se movía por el escenario con la energía de quien no tiene nada que demostrar. Desde la batería, Carpenter, con la camiseta argentina número 10, marcaba el pulso del show como si acompañara a una selección de rock nacional.

El repertorio fue un torbellino: “Mr. Brownstone”, “Bad Obsession”, “It’s So Easy”, “You Could Be Mine”, “Live and Let Die”. Entre tema y tema, un guiño emotivo: el tributo a Ozzy Osbourne, con su imagen en blanco y negro mientras sonaba “Sabbath Bloody Sabbath”. Un gesto de respeto de leyendas a leyendas.

El público —esa multitud que nunca abandona— devolvía el amor con el clásico “Olé, olé, olé, olé...”. Y Axl, entre sonrisas y agitación, respondía con un simple “Gracias” en español, consciente de que pocas plazas en el mundo los han querido tanto como Argentina.

Desde aquella primera presentación en 1992, el romance entre los Guns y el público argentino ha atravesado todas las etapas: la locura, la distancia, la reconciliación. Treinta y tres años después, la llama sigue intacta. Las versiones de “Knockin’ on Heaven’s Door”, “Don’t Cry”, “Sweet Child O’ Mine”, “Civil War” y la inmortal “November Rain” fueron una declaración de amor. Una revalidación de ese vínculo eterno entre escenario y platea, entre leyenda y devoción.

El cierre fue apoteósico. “Nightrain” marcó la cuenta regresiva y “Paradise City” desató la catarsis colectiva. Porque, más allá del paso del tiempo, Guns N’ Roses sigue siendo la banda que hace temblar estadios, sacudir almas y demostrar que los clásicos no envejecen: se vuelven eternos.