Unas noches atrás fuimos al bar al que solemos ir con mi amigo Roberto, al cual llamamos cariñosamente Refugio. Es un bar que utilizamos como punto de encuentro para largas tertulias casi siempre después de una función de cine, de teatro o de algún concierto que termine temprano.

La última vez, la conversación donde se intentaba arreglar una vez más el universo entero y descubrir los misterios de la gran conspiración nos llevó por otros terrenos. Recordamos lo que fue la increíble transmisión de la pelea entre Jack Dempsey y Luis Ángel Firpo en los Estados Unidos. Una transmisión que incluía al Palacio Barolo como punto de información para transeúntes. La leyenda -y no tanto- decía que el Barolo iba a prender su faro en color rojo si Firpo perdía, y por el contrario, si lograba batir al campeón del mundo, se iba a prender la luz verde.

Por unos segundos, cuando Firpo, en el primer round de una pelea que duró dos, logró tirar a Jack Dempsey del ring, una luz Esmeralda cruzó la ciudad de Buenos Aires. Varios pensaron que el crédito argentino había logrado llegar a lo más alto. Como cuenta la historia, tristemente Dempsey fue devuelto al ring por los periodistas. El árbitro no dio la cuenta de 10 segundos (estuvo más de 30 fuera del cuadrilátero) y en el segundo asalto logró derribar a Firpo. Años después, el propio Dempsey le iba a reconocer a Firpo que el real ganador de la pelea había sido él. De poco iba a servir.

Esa transmisión que paralizó a la Argentina tuvo también a un muy pequeño Atahualpa Yupanqui debutando en los medios, cantando en la previa al combate. Pero entre las curiosidades alrededor de este cotejo, encontramos que el restaurante que construyó Dempsey aparece en una secuencia de El padrino: es el lugar donde Michael Corleone espera ser recogido por un auto que lo va a llevar a la reunión con McCluskey y Sollozo. Todo lo que va a representar un quiebre en la película, ya que va a vengar el atentado contra su padre, Don Corleone, y eso cambia su vida para siempre, a través de un exilio en Italia, donde conoce a Apollonia y se casa con ella, pero queda viudo y regresa a Estados Unidos para convertirse en el nuevo Padrino.

Lo curioso es que esa noche, charlando de todo esto, terminamos concertando una cita al otro día para visitar la sepultura de Luis Ángel Firpo, que se encuentra en una calle del Cementerio de la Recoleta. Una de esas calles plagadas de bóvedas, estatuas, monumentos, apasionante para los turistas, pero que también puede ser un lugar increíble de visita para el público local. Llegamos a la escultura, de escala 1:1. Las manos de Firpo se aprecian impresionantes, así también como su contextura (o por nada le decían el Toro Salvaje de las Pampas) y trae aparejada la historia de Firpito, aquel boxeador amateur que practicaba en el Club Pinocho y que fue tomado por el escultor como modelo para poder terminar la escultura que está en la sepultura en el monumento que conmemora la vida de Luis Ángel Firpo. Dentro de la bóveda, arriba del féretro, se puede ver un cinturón de campeón y un par de guantes, no de época, pero que deben haber pertenecido al campeón.

Lo increíble de todas estas historias que desprenden como un ovillo de lana un montón de secuencias relacionadas a la vida sociocultural y algún momento de la República Argentina, es cómo mágicamente parecen hablarnos de otro país, de otro contexto, y de alguna manera, de otro mundo; un mundo rastreable si uno un poco se vuelve un arqueólogo de lo posible.