Una de las películas más famosas de todos los tiempos es El padrino. Por consecuencia, una de las trilogías más famosas de todos los tiempos es la de El padrino.

Son tres películas que de lo formal proponen tres juegos distintos. El padrino mezcla algo de la vanguardia europea con un poco del cine clásico de los 50. Le sigue El padrino II, que según palabras del propio Francis Ford Coppola, intentó ser la historia en paralelo de un padre y un hijo más o menos a la misma edad. Para concluir, El padrino III es una suerte de estudio sobre la redención; no hay que olvidar que en un principio iba a llamarse La muerte de Michael Corleone.

Pero no voy a hablar de El padrino III ni de El padrino II. Ni siquiera de El padrino. Voy a hablar de algo que, si bien está en las tres películas, casi que toca a la mayoría de las películas que hemos visto en toda nuestra historia y que vamos a ver por delante.

Estoy hablando de las naranjas de la trilogía.

Muy probablemente en este punto, querido lector, se pregunta: “¿Qué, las naranjas de El padrino?”. Sí, las naranjas de El padrino. Cada vez que aparece una o más naranjas en estos films, muerte o peligro están cerca. ¿Cómo? Paso a explicar.

En El padrino, Vito Corleone está comprando unas naranjas cuando es baleado. Durante otra escena clave (atención con el spoiler), Don Corleone juega con su nieto con unas naranjas -y en una plantación de naranjas-, cuando muere de un ataque cardíaco.

Con respecto a El padrino II, Fanucci camina con una naranja en la mano por el mercado de Little Italy antes de ser asesinado por un Vito joven.

El padrino III tiene más casos. Al sentir una baja de azúcar importante, a Michael Corleone le dan jugo de naranja. También se ve una canasta de naranjas en la casa de Don Tommasino momentos antes de morir cuando explota la bomba. Además, Michael le envía un canasto de naranjas envenenadas como regalo a Don Altobello. Para finalizar, Michael sostiene una naranja poco antes de desplomarse y morir.

Dicho esto, naranjas en El padrino significa peligro o muerte.

¿Para qué sirve esto? ¿Para contar en asados, para sorprender amigos, para guardar como dato que si una fiesta, una reunión o una cita viene mal? Pues no. La teoría que acabamos de esgrimir es un poco distinta. Un escritor argentino insinuaba en una ponencia realmente extraordinaria que hay cuatro estadíos en la vida de un lector. En primer lugar, el lector lee, busca y quiere tener cerca historias y narrativas que puedan identificarlo, donde el personaje principal y los temas que se tocan sean afines al momento de la vida que está pasando. Una segunda instancia de este lector es cuando reconoce que todas esas historias que lo identifican bien podrían ser parte de un género. La distinción de géneros. Géneros que tienen arquetipos clásicos, tropos que los distinguen y generalmente estructuras similares. En la tercera instancia, el lector puede advertir que hay una mano creadora detrás, que hay autores, que hay escritores, directores, personas encargadas de llevar adelante esas ficciones que nos han conmovido. En la cuarta y última instancia, el lector podría arribar al reconocimiento del estilo.

Entonces volvamos a las naranjas. Quizá estos pequeños huevos de Pascua o detalles que aparecen dentro de una película, de un libro, donde la obra dialoga con otras o en sí misma, recurriendo a planos reiterativos, puestas de cámara que nos hacen acordar a otras obras del mismo autor, diálogos con otras obras, anteriores o contemporáneas, reflexiones sobre su propia obra, contraponiendo detalles que aparecen en una y en otra como si fueran calcos, quizá todo eso conforma pistas para que podamos advertir en estos pequeños detalles una mano creadora detrás y pasar directamente del escalón 1 al 3, dejándonos entonces la próxima pregunta: una vez que uno ya conoce todas estas boludeces, ¿puede empezar a ser buen lector?