Polémica, imprevisible, fascinante. Sarah Ferguson nunca pasó inadvertida. La duquesa de York, que alguna vez encarnó la promesa de frescura dentro de la Casa de Windsor, a sus 65 años sigue protagonizando titulares que mezclan glamour con escándalo.

Esta vez, el motivo son los correos electrónicos filtrados con Jeffrey Epstein, el magnate caído en desgracia cuya sombra aún se proyecta sobre el príncipe Andrés. En ellos, la exesposa del duque agradece y se disculpa por haberse distanciado públicamente de él, justo cuando declaraba ante la prensa que jamás volvería a tener contacto. La contradicción fue suficiente para reabrir viejas heridas: la distancia entre la Sarah pública —correcta, arrepentida, con frases de manual como “aborrezco la pedofilia y cualquier abuso sexual”— y la Sarah privada, cálida en sus disculpas, agradecida en la intimidad.

Las consecuencias llegaron rápido. Varias fundaciones benéficas que la tenían como madrina prefirieron borrarse en silencio, temerosas de que la tormenta alcanzara también sus legados filantrópicos. Una vez más, Ferguson quedó sola en medio del vendaval, un lugar demasiado familiar para ella.

La historia de amor con el príncipe Andrés comenzó como un cuento de hadas en 1985 y se convirtió en un matrimonio fugaz, con la fastuosidad de Westminster y la bendición de la reina. Llegaron dos hijas —Beatrice y Eugenie— pero no la estabilidad. Andrés, absorbido por su carrera naval, la dejaba sola durante meses. Sarah, joven, efervescente y con hambre de afecto, encontró compañía en otros brazos.

Primero fue Steve Wyatt, el empresario texano al que algunos definen como el verdadero amor de su vida. Luego llegó la fotografía que cambió todo: Ferguson en la Costa Azul, en topless, mientras su asesor financiero John Bryan le besaba los pies. Era 1992, y el escándalo atravesó las portadas del mundo con la violencia de un rayo. Desde entonces, nunca volvió a ocupar un lugar cómodo dentro de la familia real.

Tras la separación, la duquesa cultivó amistades y rumores con nombres que parecen sacados de un casting de Hollywood: Kevin Costner, John F. Kennedy Jr., George Clooney. Incluso llegó a declararse “enamorada” de Tiger Woods, veinte años menor que ella, con la misma naturalidad con la que hablaba de caballos en Ascot.

Ferguson siempre navegó entre dos aguas: la fascinación del público por su carácter indómito y el reproche constante por sus excesos. “Andrés puede haber sido mi mejor amigo, pero Wyatt fue el amor de mi vida”, llegó a confesar, resumido en esa mezcla de sinceridad brutal y romanticismo imposible que la define.