Este domingo, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, volvió a hacer lo que mejor sabe, usar las redes sociales para potenciar su imagen. Desde su cuenta de X, celebró que su país acumulara una ganancia no realizada de más de 480 millones de dólares gracias a la revalorización de Bitcoin, que el 5 de octubre superó los 125.000 dólares por unidad, un nuevo máximo histórico.

En un contexto internacional de inflación controlada, tasas a la baja y una renovada euforia por los activos digitales, Bukele se permitió una ironía que roza la reivindicación: la nación que más fue ridiculizada por apostar su política monetaria a una criptomoneda terminó siendo la primera en beneficiarse de su resurrección.

El tuit de Bukele (Crédito: X)

El Salvador fue el primer país del mundo en declarar a Bitcoin moneda de curso legal, en 2021. Aquella decisión, tildada de populista y riesgosa, hoy le reporta una revalorización del 162 % respecto de 2022. Según datos de la Oficina Nacional de Bitcoin (ONBTC), la nación centroamericana posee 6.246 BTC, valuados actualmente en unos 780 millones de dólares.

Las ganancias de El Salvador por sus Bitcoin (Crédito: X)

Más de la mitad de esa cifra, 482 millones, corresponde a ganancias no realizadas, un resultado que Bukele no tardó en capitalizar en redes sociales. En su publicación, compartió los datos de las 14 direcciones donde se almacenan los fondos soberanos, mostrando un sistema diversificado que busca reducir el riesgo ante eventuales ataques o hackeos. El mensaje, como de costumbre, fue menos técnico que simbólico: su gobierno, que fue acusado de imprudente, se muestra ahora como visionario.

En paralelo, la narrativa de Bukele se acomoda al momento global: mientras las economías tradicionales debaten sobre la tokenización de activos o la regulación de las stablecoins, El Salvador presenta sus cifras como prueba de que la confianza, más que las reservas, puede sostener una política monetaria alternativa.

Este logro del mandatario termina viéndose potenciado si hace una comparación con lo que pasó en Alemania. País símbolo de la disciplina fiscal y la cautela institucional, tomó la decisión inversa: vendió sus 50.000 bitcoins incautados a mediados de 2024, cuando el precio rondaba los 58.000 dólares. Lo hizo, según explicó entonces el gobierno, por “razones legales y operativas”, intentando convertir en dinero fiduciario un activo que consideraba volátil y difícil de administrar.

El resultado hoy es demoledor. Si en Berlín hubiesen mantenido sus tenencias, esas reservas representarían más de 5.800 millones de dólares, el doble de lo obtenido. En otras palabras, Alemania perdió una potencial ganancia de 3.000 millones de dólares por una combinación de conservadurismo político y desconocimiento del ciclo cripto.

Hoy, mientras Bukele festeja sus ganancias virtuales y las redes lo celebran como un pionero, en Berlín nadie quiere hablar de los 3.000 millones que el Estado dejó escapar. En esa diferencia de enfoques se dibuja un cambio de época: la confianza en los algoritmos empieza a desafiar la prudencia de los bancos centrales.