Parménides tenía razón: esto es inmutable
El Gobierno de Javier Milei se encuentra con el gran problema de Argentina: la falta de dólares
Otra paradoja más se agrega a la prolífica lista de ellas que pueblan nuestra historia. Resulta que son los gobiernos promercado los que más sufren la desestabilización producida por el propio mercado.
Una explicación sencilla de esto es que estos gobiernos se enfrentan a los mismos problemas que los estatistas, pero quedan esclavos de las críticas que hicieron de sus políticas: los gobiernos promercado no pueden aplaudir los default, no pueden colocar cepos, ni corralitos, ni devaluar, ni intervenir fuerte en el mercado cambiario. Y si lo hacen, tienen que enmascararlo, ocultarlo o simplemente mentir.
El gobierno de Javier Milei colocó en el centro de su diagnóstico que la causa de todos los problemas argentinos era la expansión monetaria generada para cubrir el déficit fiscal. Eliminado el derroche fiscal, los recursos se redirigirían hacia las actividades productivas, generando un crecimiento estable.
Ahora, al mirar nuestra historia reciente, este diagnóstico tan sencillo y prístino no da cuenta de las vicisitudes críticas más virulentas de ella: lo que ha desestabilizado a los gobiernos ha sido, en realidad, la falta de dólares. La impresora de pesos es propiedad del gobierno. La impresora de dólares, no. El gobierno puede imprimir los billetes que quiera si tiene el respaldo de los dólares para responder a su ocasional demanda.
Este gobierno recortó los gastos en pesos pero expandió el gasto en dólares de los sectores más pudientes de la sociedad: “Compra campeón, no te la pierdas”.
El talón de Aquiles de los gobiernos estatistas ha sido la emisión de pesos para bancar el déficit fiscal, y que, llegado a un punto, ese océano de pesos fluía hacia el dólar, generando cuando menos una grosera devaluación.
Ahora tenemos el caso inverso pero con igual resultado. Un dólar barato sirve como ancla inflacionaria pero también para contentar a los que tienen capacidad de ahorro o de crédito para hacerse de dólares y disfrutar del mundo de sensaciones de los viajes al exterior y de la compra de productos importados.
O sea el remanido “dólar electoral” que nos hace sentir “europeos” (aunque nuestro destino sea “Meami”). O sea una demanda directa de “verdes”, que, al estar baratos ya de partida, no favorece a que el principal proveedor de ellos, el C.A.M.P.O., vacíe sus silos-bolsa.
El gobierno recurrió entonces a la especialidad de ese parripollero de Wall Street disfrazado de masterchef, Mr. Caputo (Toto): el Keep calm and CARRY TRADE.
Pero, dado que este consiste en desencanutar dólares para pasarse a pesos y aprovechar tasas de interés rozando la bóveda celeste, implica emitir pesos para darlos a cambio de los “verdes”, que, aunque depositados, engrosan la base monetaria, en este caso M3, siempre atenta a volver a los “lechugas” ante cualquier signo de que la “party is over”.
Dos cosas entonces: la crisis actual no tiene solo causas políticas sino que los reveses políticos (debidos a una combinación de mala praxis y hubris) develaron las inconsistencias de un programa económico que generaba la expansión de consumo en dólares sin poder abastecer continuamente a su demanda. O sea, de un déficit en pesos (emitibles) pasamos a un déficit en dólares (cuyo límite es la capacidad de endeudamiento). ¡Managgia la sfortuna!
La monopolítica económica del gobierno parece haber quedado agotada; también su sobreactuación mediática de poder. Pero, su desagradable monopolítica exterior basada en convertirse en una especie de Mini Me de Donald Trump. Y el tuit salvador del secretario del Tesoro llegó cuando el gobierno estaba a centímetros del abismo. La prueba está en que, en su desesperación, Toto Caputo no dudó en producir un agujero fiscal de más de mil millones de dólares y enemistarse con los productores, ofreciéndoles la crocante anulación de las retenciones a cambio de siete mil millones de dólares cash de las exportadoras de granos para enfrentar la corrida. Pero, de vuelta, el dólar está barato y por un tiempo con seguro de cambio White House. Y antes de las elecciones el gobierno no puede ni devaluar ni poner el cepo.
Sin embargo, si el gobierno no se la hubiera creído e ido por todo, un camino de moderación lo hubiera llevado a un puerto electoral más seguro. Con un presupuesto negociado, con los gobernadores y sus legisladores dentro, con una coalición estable con el PRO, sin las marchas por los discapacitados, el Garraham y la universidad pública. Un tipo de cambio más equilibrado, y con los mismos niveles de inflación finales (aunque obviamente, sin disfrutar esos meses de milagro, premio Nobel ficticio y etc., etc.).
Finalmente, como en su clásico Democracias delegativas, Guillermo O'Donnell advertía, las arbitrariedades de un gobierno llevan a la postre que sus ventajosas decisiones queden neutralizadas por la incertidumbre y por el rechazo a sus ambiciones hegemónicas.
Algún día quizás aprenderemos, de un lado y del otro de la grieta, que no hay mayor enemigo de las libertades que el darle la libertad a un gobierno para que haga lo que se le antoja.