¿Por amor, por poder o por fama? El imán entre mediáticas y políticos
El vínculo entre figuras del espectáculo y dirigentes argentinos que despierta intriga y controversia.
Hay vínculos que nacen en el prime time y mueren en el Boletín Oficial. Y no, no hablo de las alianzas partidarias, sino de ese matrimonio no declarado entre la farándula argentina y la política nacional. ¿Qué hay detrás de estos romances tan comentados como fugaces? ¿Amor verdadero? ¿Estrategia mediática? ¿Marketing encubierto? ¿O simplemente la necesidad mutua de compartir poder y exposición?
Porque si algo entendieron ciertas mujeres —bellas, astutas y con un training televisivo a prueba de escándalos— es que, a veces, ser trending topic no alcanza. Y del otro lado, algunos políticos en plena "cresta de la ola" descubrieron que sumar una cara conocida les podía garantizar portadas, votos o, al menos, minutos en LAM. Porque si no te nombran en la tele, ¿realmente existís?
Empecemos por Jesica Cirio, una mujer que conoció el barro mediático mucho antes de saber lo que era un bloque político. Reina de la revista Hombre, protagonista de peleas televisadas, romances discutibles y deudas afectivas con su padre —sí, Don Cirio, el vendedor de churros que imploraba por atención frente a cámaras—, reinventó su imagen al casarse con Martín Insaurralde, por entonces uno de los barones del conurbano más codiciados.
La boda fue una fusión entre Caras y Boletín Oficial, y el resultado parecía una transición exitosa: ella se volvía una "primera dama" bonaerense; él ganaba brillo televisivo. Tuvieron una hija, y ella mutó en conductora de La Peña de Morfi, un rol que le quedaba tan incómodo como el traje de candidata a santa. Pero el castillo se vino abajo: Insaurralde fue captado en un yate junto a Sofía Clerici, y Jésica Cirio terminó siendo más noticia por su divorcio y los negocios fraudulentos de su ex pareja que por su trabajo. Lo peor: perdió su lugar en Telefe y su rol de “influencer institucional” se desvaneció sin hacer ruido.
Lo de Carolina “Pampita” Ardohain también merece su capítulo. De ser la ex de Vicuña, enemiga íntima de la China Suárez y antagonista honoraria de Natalia Oreiro, pasó a ocupar una silla invisible pero poderosa: la de esposa de un político en ascenso. Porque Roberto García Moritán, de economista y restaurantero con glamour, pasó a ser noticia después de Pampita y el “marido de Pampita”. No antes. Y de ahí, al Ministerio de Desarrollo Económico de CABA, un salto que más de uno aún se pregunta cómo logró.
Juntos protagonizaron cenas benéficas, campañas en villas y acciones solidarias sin prensa... salvo la necesaria para mantener la imagen. Frases como “Caro ayuda mucho, pero no lo dice” circularon más que cualquier proyecto de su marido. Con el tiempo, las sombras del escándalo llegaron también: rumores de infidelidad, cuestionamientos a su gestión, y la sospecha eterna de si todo fue un casting de conveniencia. La realidad es que hoy, Moritán es un “don nadie” político y Pampita sigue donde mejor sabe estar: en cámara y bajo contrato.
Pero si hablamos de amor, poder y política, hay que rendirle tributo a las verdaderas pioneras del escándalo institucionalizado: Graciela Alfano y Moria Casán. La primera, siempre fue más estratégica que enamoradiza. Coqueteó con dos presidentes —sin nombrarlos, pero dejándolo claro—, sacó provecho de cada uno, y los convirtió en capítulos de su autobiografía no autorizada. Su frase “Yo tuve más poder del que muchos ministros soñaron” lo resume todo.
Moria, en cambio, jugó otro partido. Ella sí encarnó el poder desde el deseo, el histrionismo y la inteligencia. Su relación con Fernando “Pato” Galmarini —padre de Malena y suegro de Sergio Massa— fue y es un acto de amor, sí, pero también una declaración estética y política. Lo suyo es una unión de dos íconos pop que se aman frente al espejo… y frente a las cámaras.
Por supuesto, todo esto nos lleva a la novela más bizarra de los últimos tiempos: Javier Milei, Fátima Florez y Amalia Yuyito González. Un triángulo improbable en medio de una crisis económica, social y emocional. ¿El presidente en plena adolescencia sentimental mientras el país se prende fuego? Solo en Argentina.
Fátima, con su capacidad de imitar hasta su sombra, pareció acompañar al mandatario en una fantasía de alto rating, pero sin contrato de larga duración. El romance duró lo que un meme viral. En paralelo, Yuyito, ex de Menem y siempre lista para ocupar el rol de primera dama, asomó con su clásica sonrisa de Hola TV y frases como “yo siempre estuve para él”.
La batalla por el corazón de Milei fue también una postal del nuevo orden político-mediático: ya no se busca gobernar, se busca gustar.
¿Qué aprendimos de todo esto? Que en Argentina, el amor y el poder se miden en tapas de revistas, minutos de aire y trending topics. Que muchas veces, la línea entre la estrategia y la pasión es tan delgada como un story de Instagram con filtros. Que las mediáticas no solo influyen en la opinión pública: la moldean, la redirigen y la capitalizan. Y que los políticos, lejos de resistirse a ese juego, se dejan seducir... O directamente lo buscan.
¿Fue amor? ¿Fue interés? ¿O simplemente una oportunidad que ninguno quiso dejar pasar? Tal vez un poco de todo. Porque si hay algo claro en este país es que los vínculos entre celebridades y figuras del poder no necesitan guionistas: se escriben solos, con un cóctel de deseo, ambición y escándalo que no falla.
"¿Acaso no puedo ser amigo de los famosos y los deportistas?", dijo alguna vez Carlos Saúl, maestro de la teatralización política, dejando claro que en Argentina la farándula y la política no son mundos separados, sino partes del mismo circo.
Y como siempre, nosotros, el público, nos ocupamos de mirar, opinar, indignarnos y, por qué no, divertirnos. Porque al fin y al cabo, esto también es parte del show. Y como en toda buena función, los protagonistas cambian, pero el guión —entre amores, poder y escándalos— siempre se repite.