Banksy lo hizo de nuevo: el mural censurado por el gobierno inglés
El artista pintó su obra en la fachada de los Reales Tribunales de Justicia, en donde hizo referencia a la represión policial en una protesta por Palestina
Este lunes por la mañana, en la icónica fachada de los Reales Tribunales de Justicia de Londres, apareció un nuevo mural de Banksy: un juez con toga y peluca golpeando con su martillo a un manifestante arrodillado, cuya pancarta, teñida de rojo, evoca sangre. La imagen fue atribuida casi de inmediato por el artista en su cuenta de Instagram.
Aunque fuentes oficiales señalaron que ni la pintura ni la publicación aludían a un suceso específico, el contexto está claro. Apenas días atrás, cientos de manifestantes —alrededor de 900, según la Policía Metropolitana— fueron arrestados en una protesta en apoyo al grupo Palestine Action, recientemente ilegalizado como organización terrorista por el Gobierno británico.
El mural apenas alcanzó a ser apreciado: transeúntes lograron fotografiarlo antes de que el personal de seguridad colocara paneles oscuros y vallas metálicas para taparlo. El argumento oficial: proteger la integridad del edificio, catalogado como patrimonio histórico (grado II).
La escena generó debate inmediato: ¿es un acto legítimo de conservación patrimonial o una forma encubierta de censura? La respuesta parece clara cuando el arte incomoda al poder. Como expresó la organización británica sin ánimos de lucro, Defend Our Juries, el mural "retrata con fuerza la brutalidad ejercida … Cuando la ley se utiliza como herramienta para aplastar las libertades civiles, no extingue la disidencia: la fortalece".
Las reacciones en el campo cultural vienen siendo ya tan contundentes como el trazo de Banksy. Semanas atrás, la escritora Sally Rooney anunció que donará las ganancias de sus obras a Palestine Action, aun a riesgo de incurrir en delito, según la ley británica. En una columna en The Irish Times dijo: “Si esto me convierte en simpatizante del terrorismo bajo la ley del Reino Unido, que así sea”.
El gobierno respondió recordando que apoyar a un grupo prohibido constituye delito bajo la Terrorism Act, sin desdeñar el fuerte olor a intolerancia hacia las voces incómodas.
Por su parte, el guionista Paul Laverty —colaborador de Ken Loach y fuerte crítico de la inacción británica frente a Gaza— fue detenido en Edimburgo por llevar una camiseta con la leyenda “Genocidio en Palestina. Es hora de actuar”. Fue liberado, pero citado a juicio para el 18 de septiembre. Laverty protestó de que la presión estatal prioriza procesar su solidaridad sobre atender el genocidio que él intenta denunciar.
Decir que se trata solo de conservar un edificio histórico es la excusa que se usa para tapar justo lo que el mural denuncia: la represión de la disidencia. El valor patrimonial no puede servir de coartada para silenciar críticas. Banksy, con un trazo minimalista, abre una grieta en ese discurso: la justicia no es neutra; cuando legitima la represión, se convierte en un arma más contra los derechos civiles.
Este mural no fue un decorado, y al parecer fue censurado porque cumplió su misión. Porque el arte que no se deja domesticar incómoda. En un momento en que el Reino Unido criminaliza activistas, escritores y cineastas por solidarizarse con Palestina, Banksy recuerda que el arte disidente es antihistérico, inalienable y urgente.
Si la ley se usa para golpear al pacifismo, este mural fue el puño apretado de la calle. Y el poder, como tantas veces, se cubre con el mito legítimo de preservación. Pero este acto dejan en claro: la censura es dolorosamente visible cuando tapa lo que duele.