Cómo era la secta de Los Niños de Dios que secuestró 268 chicos
La organización creada por David Berg tuvo víctimas en todas partes del mundo, entre ellas, uno fue Joaquín Phoenix
En la madrugada de comienzos de septiembre de 1993, siete allanamientos simultáneos coordinados por el entonces juez federal de San Isidro, Roberto Marquevich, destaparon uno de los casos más estremecedores de la historia judicial del país: 268 niños fueron rescatados de casas vinculadas a la secta “Los Niños de Dios” (también llamada La Familia o The Family International), con epicentro operativo en Pilar y ramificaciones en distintos puntos del país.
Hubo 30 adultos detenidos bajo sospecha de corrupción de menores y otras figuras asociadas; se incautaron toneladas de material doctrinario y audiovisual. El golpe judicial, amplificado por una cobertura mediática intensa, colocó a la Argentina en el mapa global de un movimiento religioso ya cuestionado en varias jurisdicciones por su trato a niñas, niños y adolescentes.
El expediente argentino reflejó rasgos doctrinarios y prácticas que la literatura especializada y múltiples investigaciones ya venían señalando: un liderazgo carismático en torno a David Berg (alias “Padre David” o “Mo”), una teología de la “Ley del Amor” que redefinía el vínculo entre sexualidad y fe, y tácticas de captación como el “Flirty Fishing” (uso de la seducción como herramienta proselitista), oficialmente abandonado a fines de los 80 ante el avance del VIH pero muy influyente en la cultura interna del grupo. Entre el material incautado en la Argentina hubo panfletos e instructivos con sexualización temprana y cintas de video; los investigadores describieron dinámicas de obediencia rígida y aislamiento. Si bien la causa local enfrentó dificultades probatorias —volveremos a eso—, el patrón doctrinario y pedagógico coincide con lo documentado por académicos en estudios comparados sobre la secta y sus programas de “reeducación” adolescente.
La hipótesis fiscal inicial se apoyó en tres pilares: (1) resguardo urgente de la niñez y evaluación médica/psicológica; (2) análisis del material hallado en los domicilios (textos internos, “Cartas de Mo”, videos y publicaciones); (3) reconstrucción de roles de mando y cadenas de financiamiento. Sin embargo, la traducción judicial de ese universo simbólico a tipos penales concretos —abusos específicos, prostitución, trata— fue compleja. Pericias y testimonios resultaron heterogéneos: si bien hubo indicadores de posible abuso en una parte de los menores, otra fracción no arrojó evidencia concluyente en los exámenes médico-legales de la época. Con ese cuadro, la Cámara Federal fue relajando las medidas de coerción y varios detenidos recuperaron la libertad en los meses siguientes; el núcleo jerárquico se dispersó y el caso comenzó a diluirse en tribunales, pese a que Marquevich llegó a pedir la captura internacional de Berg (fallecido en 1994 en Portugal). Ese derrotero —del operativo fulminante al tenue desenlace— explica por qué un hito con 268 chicos rescatados terminó sin una sentencia paradigmática que fijara doctrina local.
La resonancia fue inmediata. Los Angeles Times reportó el 6 de septiembre de 1993 que la policía identificó entre los líderes a una mujer canadiense (Susana Clara Borowick) y a un ciudadano español (Rafael Martínez González), y describió un cuadro de menores retenidos y acusaciones de prostitución vinculadas al grupo en la Argentina. En paralelo, cables de agencias —como UPI— consignaron que, al acelerarse las audiencias, 13 de los 30 detenidos fueron liberados tempranamente por decisión judicial, ilustrando una dinámica que se replicaría: arrestos masivos en la irrupción y, luego, filtrado procesal por falta de elementos típicos de abuso corroborables uno por uno según exigencia penal. Estos documentos periodísticos de época son útiles para contrastar el clima de urgencia inicial con el desenlace legal posterior.
Aunque los estándares probatorios y tipos penales difieren, tribunales de familia en el Reino Unido emitieron en los 90 valoraciones muy críticas sobre el ambiente formativo y ciertos materiales de The Family, en particular por la exposición sexualizada de la niñez en publicaciones internas. Al margen de la inaplicabilidad directa en Argentina, ese corpus ilustra que múltiples jurisdicciones evaluaron que el “modelo educativo” del grupo lesionaba el interés superior de niñas y niños, aun cuando los resultados penales no siempre cristalizaran en condenas duras a individuos específicos. En la academia, estudios como los de Stephen A. Kent también describen programas disciplinarios y re-adoctrinamiento para adolescentes, con énfasis en castigos y control emocional.
La historia tiene también un protagonista inesperado, Joaquin Phoenix. El actor ha contado que su familia —entonces de apellido Bottom— se unió al grupo en Venezuela hacia 1977 y lo abandonó al conocer prácticas sexuales de reclutamiento. Esa salida, con precariedad económica y mudanza posterior a Estados Unidos, marcó el relato biográfico que Phoenix retomó en entrevistas clave cuando su carrera volvió a encender reflectores (por ejemplo, durante la campaña de Joker en 2019).