El día en que el ladrón del Robo del Siglo entró a la casa de Bullrich
Mario Vitette le contó a Bardeo News cuando en su rutina de hurtos entró en un balcón “equivocado”, donde vivía la actual ministra de Seguridad. Los detalles
La ventana abierta, el silencio de Scalabrini Ortiz y Arenales, la adrenalina de moverse como gato entre los tejados y un living que no le era del todo ajeno. En sus recorridos colgándose por edificios en “barrios de ricachones” el ladrón más famoso del Río de la Plata se encontró con muchas sorpresas. Una que recuerda con particular detalle es cuando la propiedad a la que quiso entrar le resultó llamativa. “Entro al departamento y veo una foto de la señora conocida”. La imagen no era de cualquiera: era de Patricia Bullrich, mucho antes de su etapa como Ministra de Seguridad. Y ahí, en medio de una escena que podría haber terminado en crónica policial, se frenó, no tocó nada y salió, cruzó a un bar y lanzó una frase que todavía repite con sorna: “Para robarla sí, estaba divino”.
En diálogo con Bardeo.News, desde su joyería en Uruguay, Mario Vitette, el ladrón del “Robo del Siglo” recuerda el día que -sin saberlo- inrrumpió en lo que era hogar de la actual candidata a senadora por La Libertad Avanza en la esquina de un edificio palermitano. No era un golpe planificado: simplemente trepó, entró y reconoció una foto.
Dice que no tocó nada. Que al ver de quién se trataba, salió y cruzó a un bar cercano, “Henry”, un lugar que, según él, tenía conexión con el entorno de la funcionaria. “Me fui corriendo al bar y le dije: ‘Vos, loco, decile que está regalada, tiene una puerta del balcón abierta’”, recuerda.
La escena, que él narra con naturalidad y humor, es de una liviandad inquietante. Según su versión, así fue como llegó al número personal de Bullrich, mucho antes de que fuese una de las figuras determinantes de la política nacional. Años después, recuerda que se comunicó con ella desde prisión. “Yo la llamé una sola vez que estábamos comiendo muy mal en la cárcel de Ezeiza, comida descompuesta. Solo una vez, y no se lo pasé a nadie, porque yo soy legal”, dice, como si el gesto de guardar un número de una ministra fuera parte del código de honor del oficio.
Vitette no especifícia cuándo ocurrió esa escena, pero ubica la historia en los años en que Bullrich todavía no era la ministra de Macri, mucho menos de Milei. Él, por su parte, todavía no se había convertido en el hombre más mediático del robo más conocido argentina.
Esa mezcla de ligereza, cálculo y relato es su sello. No habla como un hombre arrepentido ni como un cronista del delito: habla como alguien que todavía disfruta narrar las grietas por las que alguna vez entró. “Así llegué yo al número celular de la señora, ahora ministra. No sé si lo cambió”, dice, como si conservar ese número fuese un trofeo.
A lo largo de la charla, no duda en mostrar cierta lealtad hacia ella. “A mí me ayudó”, afirma. “Otra cosa, no puedo hablar. Para robarla sí, estaba divina la casa. Pero no toqué nada”. Lo dice como si la frontera entre delito y deferencia personal fuera difusa, pero clara en su cabeza: “no voy a morder la mano que me dio de comer”.
Después, cuando la conversación se corre del recuerdo puntual, Vitette amplía su mirada política. Lo hace a su estilo: brutal, teatral, cargado de frases que parecen pensadas para quedar flotando. Habla de Javier Milei, de su construcción mediática, y de cómo el personaje político se comió a la persona. “Milei es un personaje que se lo comió el personaje y se enfrentó con todo el mundo y ahora está en un brete”, lanza, como si estuviera analizando a un viejo rival de barrio y no al Presidente de la Argentina. “Te lo digo yo que soy el personaje más personaje de todos”, agrega antes de decir una frase que para él puede aclarar este punto: “Ahora el Guinness parece que me va a reconocer como el ladrón más entrevistado y popular del mundo”.
El ladrón mediático no se queda solo en comentarios personales. También deja su visión sobre cómo se manejan los casos judiciales de alto perfil en la Argentina. Habla de Cristina Fernández de Kirchner y afirma que su error no fue solo político, sino estratégico. “Hubiese utilizado otra estrategia defensista y es muy difícil que hubiera ido detenida”, dice, convencido de que un abogado con “barro” podría haber cambiado el desenlace.
Explica, sin ponerse técnico pero con claridad, que su experiencia en el sistema penal le permite distinguir entre un abogado de libros y uno de calle. Y deja caer otra de sus sentencias de manual: “Yo puedo ser tremendo abogado, conocer las leyes de memoria, de la primera a la última, pero si no hago una buena estrategia defensista, no te saco”.