En un país donde hasta la inflación se cotiza en tapa, había que inventar un producto que jamás se devalúe: la infidelidad como espectáculo. Y no hablamos de esa traición íntima que se discute entre sábanas y terapeutas, sino de la infidelidad como mercancía, libreto de reality y campaña publicitaria con sponsors incluidos.

Porque si algo entendió la farándula criolla es que la fidelidad no da rating, la infidelidad sí. Ser fiel es un hábito saludable, pero jamás te pone en la tapa de Vanity Fair. Ser infiel, en cambio, te asegura trending topic, exclusivas televisivas, contratos y la chance de reposicionarte en el mercado de las lágrimas.

Las últimas semanas nos regalaron la caída de un mito: la separación de Nicolás Vázquez y Gimena Accardi. Durante años vendieron el paquete de “amor perfecto”, casi como un seguro de pareja eterna. Hasta que la realidad lo destrozó.

Primero fue Ángel de Brito, en LAM, quien soltó la bomba con el actor como fuente. Y luego la propia Gime confirmó en vivo que sí, le fue infiel a Nico. Lo dijo sin anestesia: “En 18 años uno comete errores, yo cometí uno, me mandé una cagada malísima y me hago cargo”. Y aclaró que el caballero en cuestión no fue Andrés Gil, aunque el rumor ya lo había ensuciado.

El sketch lo dio todo: confesión, lágrimas, mea culpa y el clásico perdón de telenovela. Según ella, Nico la escuchó, la perdonó y hasta la abrazó: “Esto a vos no te define”. Pero la pareja terminó firmando divorcio en un trámite tan civilizado que hasta el abogado se emocionó: “Nunca vi un divorcio tan correcto”, dijo. 

Eso sí: la prensa ya rebautizó el caso como el final del amor perfecto. Porque si se rompieron Gime y Nico, entonces cualquiera puede caer.

El marketing de la infidelidad: Argentina, tierra de amantes rentables

Por otro lado, el Wandagate fue la coronación del modelo de negocios: para ella, para los programas de televisión, para los portales y para las acciones en redes sociales. Wanda Nara, Mauro Icardi y la China Suárez escribieron la biblia del escándalo digital: unfollows, capturas de chats, reconciliaciones en Turquía y hasta un comercial de maníes. Wanda entendió rápido: su dolor era contenido premium. La fidelidad no paga el alquiler en París; la infidelidad, en cambio, te compra tres departamentos en Estambul.

El motorhome de 2015 fue la Odisea nacional: Pampita irrumpiendo en el tráiler de El hilo rojo y descubriendo a Benjamín Vicuña con la China. El país entero jugó a ser jurado popular. Años después, Wanda desempolvó chats de la China acusando a Pampita de haberla ahorcado aquella noche. Y Pampita, lejos de hacer escándalo, salió a negar todo: “Con Eugenia reina la paz, la comunicación y el respeto mutuo”.

Con el tiempo, Carolina se reinventó: jurado de TV, conductora y, en 2019, flamante esposa del empresario y político Roberto García Moritán. Parecía que el guion cambiaba: de engañada nacional a primera dama boutique de Palermo Soho. Pero el marketing de la infidelidad siempre regresa. En 2024, en una entrevista con Susana Giménez, Pampita admitió que el quiebre con Moritán tuvo que ver con una “bomba que cayó y explotó todo por el aire”. No detalló, pero en Socios del Espectáculo fueron más claros: hablaron de una amante de Moritán que le habría escrito a Pampita con pruebas de los encuentros.

Lo que más dolió, según Paula Varela, no fue la infidelidad en sí, sino que esas citas ocurrieran en la misma casa de Barrio Parque donde vivían con su hija Ana. Infidelidad con domicilio compartido: un clásico argentino.

Con el tiempo, Pampita blanqueó su postura: “Yo, a esta altura, no perdono más infidelidades. Si estoy con alguien, quiero ser lo más importante para esa persona”. Hoy eligió volver a apostar al amor con Martín Pepa, con quien se mostró en eventos y hasta habló de “dar su mejor versión”.

La ironía máxima: Pampita pasó de víctima, a primera dama, a protagonista de otra saga de amantes y, otra vez, al frente de la reconstrucción sentimental. El motorhome fue su tragedia, Moritán su redención fallida, y Pepa su nuevo relanzamiento.

El marketing de la infidelidad: Argentina, tierra de amantes rentables

En 2017, Diego Latorre protagonizó el Puntita Gate con Natacha Jaitt. Audios, gemidos, chats. Argentina entera escuchó el “fuera de juego” más viral de la historia. Yanina, su esposa, no se escondió: transformó la humillación en personaje televisivo. Y con el tiempo, hasta confesó que ella también tuvo “un polvo casual”.

Pero en 2025 hubo secuela: Fernanda Iglesias filtró un audio de una mujer que se reencontró con Diego, a quien conocía desde el viaje de egresados del ’86. Él, desesperado, llamó a Iglesias y se delató: “¿Y ahora qué le voy a decir a Yanina?”.

Ella respondió con pragmatismo brutal: “No tengo pareja abierta, pero hay cosas que no mirás o te hacés la boluda”. Conclusión: los Latorre inventaron la fidelidad selectiva como branding matrimonial.

No nos engañemos: la infidelidad no nació con Instagram. Desde Eva y Perón, pasando por Isabel y López Rega, hasta Menem y Zulema. La diferencia es que antes eran rumores de sobremesa; ahora se monetizan con hashtags y contratos de streaming.

En este país donde todo se ajusta, la única industria que nunca entra en recesión es la del escándalo amoroso. Wanda facturó con perfumes, Pampita se reinventó, Yanina se hizo personaje y ahora Accardi y Vázquez derrumbaron la última ilusión del amor perfecto.

La fidelidad podrá ser una virtud privada, pero la infidelidad es el único commodity argentino que garantiza lo que ni el FMI se atreve a prometer: morbo, rating y rentabilidad perpetua.