El padre de Lola del Carril reveló su dura historia con las drogas
Joaquín hoy da charlas para concientizar sobre el consumo. A lo largo del tiempo, debió recorrer un largo camino para poder superar su adicción
Joaquín del Carril fue jugador de rugby en CUBA, uno de los clubes más tradicionales de Buenos Aires. Su nombre era conocido en el ambiente deportivo y su vida parecía estar marcada por la disciplina, el deporte y la familia. Es también el padre de Lola del Carril, periodista deportiva que hizo historia al convertirse en la primera mujer en relatar un Mundial masculino en la televisión pública argentina. Pero detrás de esa imagen de éxito había un dolor profundo que Joaquín calló durante años.
“En mi casa tenía mucho amor, tenía todo, porque había una buena posición económica, un buen club, todos amigos sanos, pero en mi casa no había diálogo”, recordó en diálogo con TN. “Por eso, cuando uno se guarda, en algún momento explota. Y la droga no discrimina a ninguna clase social. Abarca todo”.
La historia empezó mucho antes de su adultez. Joaquín recuerda una adolescencia marcada por el vacío. “La pasé muy mal en el colegio. Iba a un colegio inglés muy bueno, pero muy exigente, con doble turno. No me sentía seguro”, contó. Además, tenía TDAH —trastorno por déficit de atención e hiperactividad— en una época en la que no se diagnosticaba ni se trataba. “Me sentía distinto a todos mis compañeros. En ese momento no tenía autoestima, no existía, no me valoraba y no me quería”. Ese malestar se transformó en una herida que lo acompañó durante décadas.
La droga apareció en su vida como una salida equivocada. Él mismo lo explica sin eufemismos: “La personalidad de un adicto es muy endeble, es muy frágil. Ese chico frágil, que se sentía distinto en el colegio, encontró en la droga algo que le permitió salir de ese lugar. Sin embargo, fue un error total, ya que después eso se convierte en un flagelo. Poder actuar sin ninguna inhibición me metió en un infierno que duró 30 años y que casi termina con mi vida”.
A la par de esa lucha silenciosa, Joaquín desarrollaba una carrera deportiva sólida. Fue parte del seleccionado de Buenos Aires y jugó en la primera de CUBA entre los 20 y los 33 años. “En esa época consumía muy poco, en casamientos u otros eventos sociales. Recuerdo que mientras jugué al rugby nunca consumí, disfrutaba enormemente. Fue una linda etapa en donde también me casé y tuve dos hijas”.
Pero el quiebre llegó cuando dejó el rugby y se separó. “Ahí se rompió la foto familiar y me quedé sin nada. Sentí un vacío enorme. Ahí empecé a consumir más seguido”, relató. Ese vacío personal se convirtió en terreno fértil para una adicción que se volvió cada vez más intensa.
La escena más dura de su historia involucra a su hija adolescente y un momento que él mismo describe como el fondo. “Recuerdo que fui a comprar drogas con mi hija y esto lo cuento con mucha vergüenza”, dijo a TN. Ella tenía 14 años y no sabía adónde iban. Él inventó una excusa, manejó hasta encontrarse con el dealer y recién cuando volvieron al auto entendió el daño. “Nunca escuché un llanto tan desconsolado. No la vi por dos meses y ese fue un punto de inflexión por el que pedí ayuda”.
Poco después ingresó en Comunidad Cenacolo, donde inició un proceso de recuperación profundo. “Al poco tiempo de lo que pasó con mi hija entré en la comunidad ‘Cenácolo’, donde sané, volví a rearmarme, a valorarme, a quererme”.
No estuvo solo. El ex Puma Agustín Pichot fue un apoyo clave. Joaquín trabajaba en su empresa y cuando le contó su problema, recibió una respuesta que no olvidará: “Anda a sanar, yo me voy a encargar de vos y tu familia”. Saber que sus hijas podían seguir viviendo tranquilas le dio la fuerza que necesitaba para internarse y dar ese primer paso.
Hoy, Joaquín recorre el país dando charlas en clubes, colegios y empresas. “Después de cada charla me voy lleno de amor. Te escuchan con un respeto y después muchos vienen y me abrazan, es algo que me llena el alma”, contó. Muchos jóvenes se identifican con su historia: familias que parecen sólidas, vida de club, amistades sanas… y, sin embargo, el dolor y el vacío también pueden estar ahí.
A la distancia, mira a ese adolescente que fue con ternura y lucidez. “Si hoy tuviera la oportunidad de hablarle al Joaquín de 17 años lo abrazaría. Siento que me faltaron más caricias, más abrazos”.