Y fue así que un día Fabiola Yáñez volvió a Buenos Aires. El regreso, lejos de ser un gesto discreto, abrió la puerta a un nuevo capítulo en su tormentosa relación con Alberto Fernández, ahora envuelto en la causa judicial por violencia de género. Nada parece calmarse: lo que algunos anticipan como un terremoto mediático amenaza con devolver al expresidente al centro del debate público, con consecuencias que desbordan lo estrictamente judicial.

La mecha se encendió después de una entrevista inesperada. Fernández eligió sentarse frente a Roxana Kreimer, filósofa y doctora en Ciencias Sociales, para lanzar una acusación que sorprendió incluso a quienes lo rodean: “Alguien indujo” a Yáñez a denunciarlo. Sugirió que hubo ofertas de dinero y hasta un documental como promesa de futuro para ella y su hijo. “En una llamada telefónica me dijo: si no hago la denuncia, ¿qué gano yo? Porque si hago el documental me van a pagar millones de dólares”, relató, dejando al descubierto un entramado donde lo íntimo y lo político se mezclan sin anestesia.

En paralelo, Yáñez buscó un refugio en la ciudad. Es así que la Primera Dama se instaló en un departamento en Palermo para resolver sus diligencias judiciales. Sin embargo, en el entorno de Alberto temen que surjan ahora algunas imágenes comprometedoras de él junto a una mujer del espectáculo con la que se lo vinculó en el pasado. Las fotos, de ambos demasiado juntos dentro de la Casa Rosada, podrían aparecer en cualquier momento, aseguran. Temen que Alberto se convierta en una piedra en el zapato del peronismo en medio de la campaña.

Fabiola Yáñez junto a Alberto Fernández en una de sus giras internacionales en su mandato.
Fabiola Yáñez junto a Alberto Fernández en una de sus giras internacionales en su mandato.

En esa misma entrevista, el expresidente deslizó que lo que Yáñez buscaba eran bienes materiales que él no podía darle: un departamento, recursos, seguridad para su hijo. Al mismo tiempo, apuntó contra el juez Julián Ercolini, a quien acusó de basar la causa únicamente en el testimonio de la periodista y de rechazar pruebas que podrían haberlo favorecido. Las fotos de presuntas lesiones, según Fernández, respondían a caídas vinculadas con el consumo de alcohol o incluso a un tratamiento estético mal realizado.

Del otro lado, la Justicia ya dio un paso firme: la fiscalía lo acusa de ejercer violencia psicológica sistemática y lo responsabiliza por episodios concretos de golpes y amenazas coactivas. Para los investigadores, quedó acreditado un patrón de hostigamiento y control que incluyó hasta una patada en el vientre durante el embarazo.

El regreso de Yáñez también trajo consigo una medida urgente: sus abogados pidieron custodia oficial para Francisco, el hijo que tiene con Fernández. La Justicia autorizó que el expresidente pueda retirarlo acompañado por la Policía Federal, aunque mantuvo intacta la orden de restricción que lo separa de su expareja. Una postal que habla de un vínculo quebrado, pero aún atravesado por tensiones imposibles de disimular.

Alberto y Fabiola en sus momentos de esplendor.
Alberto y Fabiola en sus momentos de esplendor.

Mientras tanto, Fernández libra otra batalla: la causa Seguros, en la que fue procesado por negociaciones incompatibles. Ahí también intenta esquivar el banquillo, acusando al Grupo Clarín de querer quedarse con un negocio millonario. La estrategia es clara: deslegitimar a los jueces, relativizar las pruebas, retrasar el juicio oral.

El exmandatario insiste en que todo responde a un entramado de intereses políticos y mediáticos. Pero alrededor suyo, el murmullo crece: su voz ya no resuena con la fuerza de antaño y cada aparición pública se convierte en una mezcla de confesión, excusa y ajuste de cuentas. Fabiola Yáñez, en tanto, parece dispuesta a no soltar el guión que la llevó a los tribunales.