El asesinato de Melody, por un tiro en la cabeza en medio de una fiesta clandestina en la Villa La Iapi, partido de Quilmes, volvió a poner en primer plano un fenómeno que cada vez toma más fuerza y genera preocupación por los problemas que acarrea, las fiestas Ubi. La joven de 14 años estaba en una fiesta clandestina cuando se peleó con otra chica, y terminó siendo asesinada por dos hombres.

Las fiestas “Ubi” se convirtieron en un fenómeno creciente entre adolescentes en distintas zonas del conurbano bonaerense y otras ciudades del país. El nombre proviene de la abreviatura de “ubicación” y alude a su principal característica: son fiestas privadas cuya dirección se mantiene en secreto hasta último momento, revelándose únicamente a través de mensajes directos o grupos cerrados en redes sociales en los que se envía esa “UBIcación”.

El formato combina lo que antes eran las “privaditas” con una lógica más clandestina, potenciada por plataformas como Instagram, Telegram o WhatsApp. La dinámica es simple: se publica una imagen con la palabra “UBI” y algún guiño al estilo de la fiesta —por ejemplo, “sábado UBI Zona Sur”—, sin dirección ni mayores detalles. Quienes forman parte del círculo reciben la información precisa en las horas previas al evento, muchas veces con instrucciones de cómo llegar o de a quién contactar para acceder.

Melody, la joven asesinada en una fiesta Ubi (Crédito: Instagram)
Melody, la joven asesinada en una fiesta Ubi (Crédito: Instagram)

Aunque no hay un único formato, las Ubi suelen desarrollarse en casas particulares, galpones, quintas alquiladas o terrenos descampados. No cuentan con habilitaciones ni controles de seguridad, lo que permite que funcionen al margen de toda regulación. No hay cacheo, no hay control de ingreso por edad, ni supervisión de adultos o fuerzas de seguridad.

A diferencia de las fiestas electrónicas o boliches tradicionales, estas reuniones no dependen de permisos municipales ni tienen responsables visibles. Muchas veces ni siquiera hay un “organizador formal”: basta con un grupo de jóvenes que consigue un espacio y lo difunde de forma controlada.

Este carácter informal es parte de su atractivo. Para muchos adolescentes, asistir a una Ubi representa una forma de sentirse “adentro de algo exclusivo” y escapar de los espacios más regulados. Pero también implica riesgos: falta de controles, consumo de alcohol sin límites, problemas de violencia y ausencia de asistencia médica ante cualquier emergencia.

En la mayoría de los casos, la difusión comienza en redes sociales. Un flyer o una historia en Instagram funciona como puerta de entrada: no dice dónde es la fiesta, pero sí marca el día, la zona y el nombre de la Ubi. Quienes “reaccionan” o demuestran interés son filtrados y, si son aceptados, reciben la ubicación por mensaje privado.

En algunos eventos también se vende una “entrada anticipada” mediante billeteras virtuales (como en el caso de Melody, donde cobraban 500 pesos de entrada), lo que permite financiar sonido, luces y alcohol. Otras veces, se trata simplemente de reuniones improvisadas y masivas que se viralizan por boca a boca. El resultado es el mismo: una gran concentración de jóvenes en lugares sin infraestructura adecuada para recibirlos.

La lógica de exclusividad, el clima descontrolado y la ausencia de regulación explican por qué este tipo de fiestas preocupa cada vez más a familias, docentes y autoridades locales.

Aunque las fiestas Ubi no son un fenómeno nuevo, cobraron visibilidad en las últimas semanas tras el triple crimen ocurrido en La Matanza. Las tres adolescentes asesinadas habían sido invitadas a una fiesta Ubi la noche previa a ser encontradas sin vida. Este fin de semana pasó en Bernal, con Melody.

La mención no es menor: para la Justicia, este tipo de encuentros representa un punto ciego donde se mezclan grupos de adolescentes, adultos desconocidos, consumo sin control y absoluta falta de registro.

Lo que empezó como un código adolescente en redes sociales terminó transformándose en un circuito paralelo de entretenimiento nocturno, especialmente en sectores donde no hay opciones recreativas formales o donde los costos de los boliches tradicionales son inaccesibles. La informalidad también dificulta su control. Al no haber una organización visible ni un lugar fijo, las autoridades tienen pocas herramientas para intervenir. La ubicación cambia semana a semana, y en muchos casos, la fiesta se desarma antes de que llegue la policía o cualquier inspector municipal.