En los últimos meses usuarios de X empezaron a notar que, una y otra vez, aparecía en sus pantallas la misma publicidad: un anuncio que ofrecía cuadros de Leonid Afremov, con precios que arrancaban en los 139 dólares y la promesa de que la familia del artista vendía directamente sus obras. Los posteos, pautados y repetitivos, llegaron a tal punto que algunos recibieron Community Notes aclarando que no todo lo que se promociona como “obra de Afremov” fue pintado por él en vida. La sensación de invasión digital se mezcló con un malestar más profundo: la sospecha de que, tras la muerte del pintor en 2019, el negocio familiar estaba explotando su nombre hasta el cansancio.

Algunos de los tuits que se pueden ver hablando de Leonid Afremov (Crédito: X)
Algunos de los tuits que se pueden ver hablando de Leonid Afremov (Crédito: X)

Para comprender por qué esta polémica despierta tantas pasiones es necesario volver a la figura del propio Afremov. Nacido en 1955 en Vitebsk, Bielorrusia, la misma ciudad de Marc Chagall, se formó como pintor académico, pero su verdadero hallazgo fue la espátula. Con ese instrumento reemplazó al pincel y construyó una estética reconocible: parques lluviosos iluminados por farolas, parejas que caminan tomadas de la mano, reflejos de colores vibrantes en calles mojadas. Amarillos, naranjas y azules se mezclaban en escenas que parecían sacadas de un sueño romántico. Emigró primero a Israel, luego a Estados Unidos, y finalmente se instaló en Playa del Carmen, México, donde además de producir su obra comenzó a enseñar a jóvenes artistas.

Lo que lo diferenció de tantos pintores contemporáneos no fue solo su estilo, sino la manera de llegar al público. Afremov fue uno de los primeros artistas en convertir internet en su galería principal. Vendía directamente a través de su página web y de plataformas como eBay, sin necesidad de galerías ni intermediarios. Con una estrategia de difusión digital, logró que sus cuadros recorrieran el mundo y se convirtieran en un fenómeno de consumo global. Para miles de personas, comprar un Afremov era la primera experiencia de adquirir arte. Consciente de ese alcance, cultivó una imagen de cercanía y accesibilidad que lo transformó en un pintor popular en la era de las redes. En YouTube incluso se lo puede ver dando tutoriales para replicar su tan particular estilo pictórico.

Leonid Afremov pintando para su canal de YouTube (Crédito: YouTube)

Su muerte, en agosto de 2019, producto de un paro cardíaco, parecía marcar el cierre de esa etapa. Pero ocurrió lo contrario: el negocio se multiplicó. La familia se hizo cargo de la página oficial y consolidó lo que hoy se conoce como Leonid Afremov Studio. Allí se ofrecen distintas categorías de cuadros: los originales pintados en vida por Afremov, cada vez más escasos; las recreaciones realizadas por los artistas del estudio que él mismo formó en México; y las impresiones giclée, copias digitales de alta calidad sobre lienzo. Todo llega con un certificado de autenticidad firmado por la familia o por el manager del estudio, como si ese documento pudiera borrar la distancia entre la mano del maestro y las manos de sus discípulos.

El problema es que gran parte de lo que se promociona en redes no son originales, sino estas recreaciones. La propia página lo explica con frases como: “Nuestras reproducciones son pintadas a mano por artistas entrenados en las técnicas de Leonid Afremov”. Esa transparencia escrita contrasta con la forma en que los anuncios aparecen en X: una promesa breve y contundente que muchos usuarios interpretan como engañosa. De ahí que proliferaran las críticas, las quejas de publicidad invasiva y los Community Notes que buscan poner en contexto a potenciales compradores.

Fog Autumn Alley de Leonid Afremov (Crédito: afremov.com)
Fog Autumn Alley de Leonid Afremov (Crédito: afremov.com)

Las experiencias de quienes efectivamente adquirieron estas obras son contradictorias. En sitios como Trustpilot aparecen reseñas entusiastas de clientes satisfechos que recibieron un cuadro al óleo con certificado, pero también denuncias de compradores decepcionados que aseguran haber recibido piezas de baja calidad, muy diferentes a las imágenes promocionadas. En PissedConsumer las críticas son todavía más duras: se habla de envíos demorados, de duplicados casi idénticos y de colores que no reproducen la intensidad de los originales. Una reseña sintetiza esa frustración con una frase lapidaria: “Esto no lo pintó Afremov. Es un duplicado, con colores mal logrados”.

A este panorama se sumaron acusaciones más recientes. En 2024, medios especializados en tecnología como The Chainsaw señalaron que algunas de las imágenes promocionadas por la familia parecían haber sido generadas con inteligencia artificial. En foros como Reddit también circulan discusiones que comparan supuestos “originales” y encuentran patrones repetitivos. La familia rechaza de plano esas acusaciones y asegura que todas las obras son pintadas a mano por el estudio. Sin embargo, en una época en la que la desconfianza hacia lo digital es creciente, las sospechas tienen terreno fértil.

El caso Afremov reabre un dilema que atraviesa la historia del arte: ¿qué ocurre cuando un estilo se convierte en marca y sobrevive a su creador? Desde los talleres del Renacimiento hasta el Warhol Factory, la práctica de continuar la producción bajo un nombre célebre es antigua. Pero la diferencia en este caso está en la escala y en el método. La publicidad segmentada en redes, los anuncios invasivos y la venta global online amplifican la discusión. El legado artístico se convierte en producto masivo, y el límite entre arte y mercancía se difumina.

Los defensores de este modelo sostienen que el estudio mantiene vivo el espíritu de Afremov, que democratiza el acceso a un arte que de otro modo sería inaccesible y que prolonga la enseñanza que el propio pintor transmitió a sus alumnos. Los críticos, en cambio, ven en la proliferación de recreaciones una forma de diluir el valor de los originales y de explotar la imagen del artista fallecido hasta desgastarla.

Cinco años después de su muerte, Leonid Afremov sigue inundando las pantallas, pero ya no como aquel pintor que supo aprovechar internet para acercarse al mundo, sino como el centro de un debate sobre autenticidad, transparencia y mercantilización. Sus anuncios en X son el recordatorio constante de que el arte, cuando se transforma en marca, ya no pertenece del todo a su creador. Y en esa ambigüedad se juega hoy su legado: entre la admiración de quienes todavía se emocionan con sus escenas de espátula y color, y la desconfianza de quienes sospechan que, detrás de cada cuadro ofrecido online, hay más marketing que arte.