Flaco, casado y empresario: la nueva vida de Cabito
El histórico conductor de Metro se casó con la presencia de Los Piojos, está por abrir su segundo restaurant y Matías Martin no figura entre su clientela
El final de Radio Metro marcó el cierre de una época en el dial argentino. La emisora que durante décadas fue semillero de grandes voces se apagó para dar paso solo a música, dejando un tendal de nostalgia en oyentes y protagonistas. Entre ellos, Eduardo “Cabito” Massa Alcántara (55), que estuvo más de veinte años en la casa. “Fue doloroso, porque me atravesó toda una vida”, reconoció en diálogo con Bardeo News. Aunque enseguida aclaró: “Uno no extraña un lugar, extraña algo que ya no puede volver. Es como querer volver con una ex: mejor no va a estar”.
De su paso por la radio, a su actual presente en el mundo de la gastronomía hubo varios pasos, aún en contacto con algunas de las figuras de la histórica Metro como Nicolás Cayetano, Gabriel Schultz y Andy Kusnetzoff ("Vino al omakase que tengo en Belgrano", cuenta), como también perdió el vínculo con otros de sus ex compañeros de su época más mediática: “De 678 después que terminó el programa no hable más con nadie. En un momento con la única que seguí en contacto fue con María Julia Oliván, nos cruzábamos en canales y productoras. De mi época de Duro de Domar vinieron a comer a mi restaurante Daniel Tognetti que es amigo y Emilia Claudevile”. Con Matías Martin, su pelea fue más mediática y sabida por el gran público, cuando debió irse de Basta de Todo.
Ese mismo contraste entre el recuerdo y el presente lo define. El humorista y guionista que supo construir una “persona escénica” explosiva hoy reparte su tiempo entre hornos de leña, menús porteños y el vértigo de abrir un restaurante nuevo en Parque Chacabuco. “Soy el plomero del Titanic”, se ríe, describiendo con ironía la escena de convivir con las obras frente a su local y el ritmo frenético de los últimos detalles antes de la inauguración.
En el plano personal, la vida le regaló una nueva etapa. En abril se casó, y su boda fue noticia por dos razones: en el civil cantaron Ciro y Los Persas junto a músicos de Los Piojos, y en la fiesta él mismo agarró un megáfono para poner a cocinar a los chefs invitados. “Empezamos a repartir un risotto con langostinos para todo el mundo, además del catering. Fue muy divertido”, recuerda.
La salud, que en otros tiempos lo tuvo a maltraer, hoy es parte de su disciplina cotidiana. “Por ahora me toco un huevo, estoy bien. Voy al gimnasio cuatro veces por semana, muy prolijito”, dice con humor.
Entre la nostalgia por la radio, la exigencia de los restaurantes y la felicidad del amor, Cabito se reconoce inquieto, incapaz de quedarse quieto demasiado tiempo. “No puedo agarrar todas las cosas que me ofrecen porque no me da el tiempo ni la capacidad. Y si no, voy a empezar a fallar”, admite. La frase lo define tanto como aquellas que lo hicieron reír en los estudios de Metro: hoy se trata de administrar energía, multiplicar pasiones y dar cada batalla con la certeza de que, gane o pierda, lo importante es animarse a pelearla.
Cabito ya tiene rodaje en el rubro gastronómico. Desde hace tiempo está al frente de Mondongo y Coliflor, un restaurante con historia centenaria. “Cuando llegamos al local nos fascinó. Tiene 117 años, con una reja de tijera de hierro de casi tres metros. Era una fábrica apícola. Esa belleza había que ponerla en valor”, cuenta. Lo logró apostando a precios accesibles y productos de primer nivel, que consigue gracias al vínculo directo con productores: “Algunos son los mismos que abastecen a restaurantes con estrellas Michelin. Me los dan a precio diferencial por cariño, y eso me permite ofrecer lo mejor a valores módicos”.
El nuevo proyecto, justo enfrente de Mondongo, busca darle otra vuelta a la identidad gastronómica porteña y se llamará Casa Bellucci. “Nos definimos como cocina porteña, a pesar de hacer pizza y pasta”, explica. Y desarrolla: “Creo que el público argentino ya se cansó un poco de la pizza napolitana. Acá nos gusta la muzzarella y que la pizza tenga piso. Vamos a hacer una pizza porteña contemporánea, como las de Corrientes, pero bien hecha, con fermentación de 48 a 72 horas y horno 100 % a leña”.
Lo acompaña un equipo de peso: Javier Labake, con cuatro récords Guinness de pizza, y Guillermo Busquiazo en la cocina. “Armé un equipazo”, dice, entusiasmado. La fecha estimada de apertura es a fines de septiembre, aunque reconoce que el proceso lo desvela: “Tengo una ansiedad que no sabés lo que es”.
Más allá de los detalles técnicos, hay una filosofía detrás. “Es mucho más difícil hacer algo simple y delicioso. Como los Beatles, que con dos o tres acordes hicieron canciones para toda la vida”, compara. Y advierte que no quiere caer en la trampa de la estética por encima del sabor: “Hay una mística de cocinero acomodando todo con pincita. Yo busco que sea prolijo, simple y delicioso”.
Su mirada sobre la gastronomía está atravesada por la misma honestidad con la que habla de la vida. “Abrir restaurantes es solo para valientes. No lo digo porque yo lo sea, lo digo porque nunca es un gran negocio abrir un restaurante. Pero cuando te apasiona algo, las batallas no son para ganarlas, son para darlas”.
Mientras cocina la apertura del nuevo local, prepara también una serie de ocho capítulos para YouTube que nada tienen que ver con la gastronomía. “En un mundo tan acelerado y descartable, quiero poner una pausa. Volver a la charla. Poner puntos suspensivos y frenar la pelota”, adelanta, dejando entrever un perfil menos conocido de él.
Esa distancia con el personaje mediático lo intriga. Recuerda un episodio en el MALBA, frente a una muestra de David LaChapelle: “Se me acercó un pibe y me dijo: ‘Cabito, vos tenés que estar en Cocodrilo, no en el MALBA’. Y pensé: tiene razón, porque es un poco la persona escénica que yo mismo construí”. Sin embargo, remarca que detrás hay un hombre que estudió cine, gastronomía, que tiene más de una carrera universitaria y que, pese a la imagen de excesos, es casi abstemio. “La persona escénica termina siendo una exageración de vos mismo, no significa que sea mentira”.