Que tiren la primera piedra
Reflexiones sobre la infidelidad
Corren tiempos de jurados sociales, encumbrados en el anonimato desde el cual se sentencia, condenan actos de otros a quienes se desconoce y, sin embargo, son empujados a patíbulos de degradación. Una y otra vez sube al estrado de la hipocresía su majestad: la infidelidad.
¿Y qué es la infidelidad? En pocas palabras, es un acuerdo de exclusividad sexual, afectiva y emocional. Es una promesa que parte de una cultura elegida o heredada entre dos personas.
El ser humano no es fiel por naturaleza. De hecho, hay sociedades polígamas que habitan este mismo planeta. Es decir, que la fidelidad es un fenómeno interpretativo y cultural, un compromiso que dos personas asumen como contexto indispensable para esa relación; lo que para algunos es infidelidad, para otros no lo es. Cuando se trasgrede el acuerdo lo que se quiebra es la confianza.
La infidelidad suele presentarse como uno de los grandes pecados sociales. Se la condena con fuerza en el discurso público, y se la tolera en la intimidad de la vida privada, en la literatura, el cine y las novelas. Esta paradoja revela un problema más profundo: la existencia de una falsa moral que no busca comprender el fenómeno, sino encubrirlo. Una moralina que péndula entre el deber estricto de la fidelidad y una cultura que erotiza lo prohibido y multiplica las oportunidades de transgresión.
Reprimir el deseo no lo elimina; por el contrario, lo intensifica. La infidelidad no es solo un acto íntimo entre dos personas: es un espejo que desnuda la fragilidad de nuestras promesas y la falsedad de nuestras morales. Condenamos lo que en secreto deseamos, juzgamos lo que en silencio practicamos, y así la fidelidad se convierte más en un ideal declamado que en una experiencia de vida.
La infidelidad sucede allí donde faltó una conversación. Revela lo no dicho. Responde a múltiples factores psicológicos, hereditarios, culturales; y es por eso que, en estos temas tan antiguos y tan actuales como la misma humanidad, la pregunta como brújula interpela.
¿Qué precio pagás por sostener una moral que no habitás plenamente?
Si dejaras de lado el juicio social, ¿qué conversación pendiente tendrías con vos mismo y con el otro?
¿Qué significa para vos ser leal? ¿Cumplir una promesa externa o escuchar tu verdad interna?
¿A quién sos más infiel, a tu pareja o a tus propios deseos?
¿Qué te hace pensar que durar es mejor que vivir?
¿De qué manera elegís transitar el “para siempre”? ¿Elegís?
¿Qué pensás que pasaría si un día tu pareja supiera de verdad lo que hay en tu mente? ¿Seguiría con vos? ¿Se quedaría?
¿Cómo te llevás con la culpa? ¿Y con la opinión de los otros?
¿Asumís la infidelidad como víctima o responsable?
¿Por qué no hablaste antes?
¿Sos genuino con vos o sos socio del club de la falsa moral? ¿Qué lugar le das a tu propio deseo?
La ética no es obedecer una norma, sino hacernos responsables de lo que sentimos, elegimos y ocultamos. Es justamente aquí donde se juega la lealtad, cuando nos atrevemos a abrir el portal de nuestra propia verdad. Y al ser leales con nosotros, lo seremos con otro. No habrá que adivinar. Hay pantano emocional donde se expande la apariencia.
Quien es genuino no busca ser aceptado. Busca ser íntegro, aun a riesgo de perder aplausos. Por eso, transitar la coherencia es caminar en línea recta dentro del laberinto de la contradicción.
Y vos, ¿dónde elegís vivir? ¿En el estrado de la hipocresía o en tu verdad?