En menos de un año, once de los doce jardineros que trabajaban en Highgrove, la residencia familiar de los reyes Carlos y Camilla en Gloucestershire, dejaron sus puestos. Cansados del trato y las condiciones laborales impuestas por la Casa Real, decidieron buscar nuevas oportunidades lejos de los cuidados extremos que exige el monarca para su preciado jardín.

Los exempleados hablaron con el diario The Times y revelaron que, si bien trabajar para el Rey representaba cierto prestigio, los salarios no se equiparaban con los de otras propiedades aristocráticas del Reino Unido. “Es como si te dijeran ‘deberías sentirte agradecido de que te dimos trabajo’”, señaló uno de ellos.

Las exigencias de Carlos III no solo tienen que ver con lo económico. El Rey, reconocido por su postura conservacionista, impide el uso de pesticidas y maquinaria eléctrica en el predio. Los jardineros deben quitar malezas a mano, arrastrándose por el suelo, y recolectar insectos con linternas durante la noche. Para cortar el césped se utilizan guadañas tradicionales, mientras que los topiarios se recortan con tijeras, manteniendo prácticas del pasado en nombre del cuidado ambiental.

Su nivel de exigencia roza la intransigencia: cuando un aspirante a jardinero no supo identificar una flor, el Rey ordenó tajantemente: “Aparten a ese hombre de mi vista”, y lo excluyó del proceso de selección sin dudar.

Highgrove, el jardín de la casa oficial de Carlos III y Camilla. Crédito: Instagram
Highgrove, el jardín de la casa oficial de Carlos III y Camilla. Crédito: Instagram

A pesar de estas restricciones, Carlos se muestra orgulloso del oasis que logró construir desde que asumió el trono. Diseñado con la colaboración de paisajistas como Rosemary Verey, Miriam Rothschild y Sir Roy Strong, Highgrove reúne especies autóctonas y exóticas que el monarca conoce al detalle.